lunes, 15 de marzo de 2010

La Tierra para quien la trabaja

Por Vicente Albornoz Guarderas (El Comercio 14/03/2010)
La realidad es que en la agricultura no está la plata. Es cuestión de ver quienes se hacen ricos o dónde están los salarios más altos en la economía. Ciertamente no es en la agricultura. Y el discurso de que “la tierra es para quien la trabaja” lo único que hace es condenar a la pobreza a todos los que se lo creen.

La agricultura es un sector que en todos los países va perdiendo peso cuando crece la economía y el Ecuador no es una excepción. A mediados de los años sesenta, la agricultura era casi un tercio del PIB del país. Para fines de los años 80, su participación había bajado a 15% y el 2008 solo fue algo más del 5%. Mientras tanto sectores como la industria, el comercio o servicios han crecido de manera importante.

Lo triste es que a la agricultura de dedica más del 25% de la población. Si una cuarta parte de la población se reparte un 5% de la producción, el resultado es que, en promedio, todos son pobres.

La mismo tiempo, las empresas que han crecido en las últimas décadas no se dedican a la agricultura. Las principales empresas del país están en comercio, industrias, petróleo, finanzas y servicios. La razón por la cual han crecido justamente hacia esos sectores es que ahí es donde está la plata.

Según el último censo, el 60% de los indígenas se dedica a la agricultura. Por lo tanto no debería sorprendernos que, en promedio, sean bastante más pobres que el resto de los ecuatorianos. El único grupo que sale de esta norma son los otavaleños y resulta que ellos también son, dentro de los indígenas, el único grupo que no se dedica a la agricultura sino al comercio y a la manufactura. En realidad, por eso no son pobres.

Casi todos los que están ligados a la agricultura son pobres, ya sean indígenas, mestizos o blancos. Los únicos que escapan a esta condena son aquellos que o tienen bastante tierra o que disponen de capitales suficientes como para entrar a cultivos altamente tecnificados como flores o camarón.

Y luego viene el discursito repetitivo de que “la tierra es para quien la trabaja”. Discursito para perverso. Discursito para falto de realidad. Discursito para cruel. Porque mientras se lo aplique lo único que se logrará es sentenciar a quienes se lo creen a la pobreza, porque en el país no hay suficiente tierra para que todos ellos dejen de ser pobres.

Hace poco, 340 familias de comuneros ocuparon una hacienda de 32 hectáreas en Chimborazo (luego llegaron a un acuerdo y pagaron a los dueños). Lo trágico es que a cada familia le tocó 941 m2 de tierra. Ahora van a ser dueños de la tierra que trabajan, pero no van a salir de la pobreza.

Y el país entero no saldrá de la pobreza mientras sigamos creyéndonos, sin beneficio de inventario, estos discursitos de una izquierda que no piensa sino que simplemente repite lo que (quizás) fue verdad hace 60 años. valbornoz@elcomercio.org